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De Mandela a Menchú

Con Nelson Mandela -94 años, premio Nobel de la Paz (1993)- dado de alta del hospital, al mundo del activismo contra la discriminación racial le tranquiliza el destino del insigne expresidente y exprisionero sudafricano, sin duda, uno de los íconos que más brillo da a ese premio anual. Encarcelado durante 27 años por reclamar igualdad racial en su país, es hoy por hoy uno de los grandes referentes de cómo se construye la paz de la humanidad a partir de un reclamo justo y una posición positiva. Es decir, de cómo el ideal de una persona puede convertir una realidad amarga en un punto de reflexión y convocatoria para luchar por una causa justa.

El mítico líder difiere de muchos otros activistas de derechos humanos del mundo en varios aspectos. El más significativo es su deseo de luchar por una causa que le costó mucho tiempo detenido y atormentado, y aun así, continuó su lucha cuando quedó en libertad sin perder la esencia de un ideal. Su ejemplo de valor y humanismo a toda prueba le permitió perdonar a sus captores y convivir con ellos, convocando con ideas constructivas a la unidad social en busca de resolver un conflicto sin la necesidad de crear otro mayor, tal y como hacen otros “pseudoluchadores” de la libertad en diferentes partes del mundo. Mandela entendió que el odio racial cede su paso a la esperanza cuando la propuesta supera al reclamo; supo que para cosechar una mejor sociedad, se tiene que sembrar amor y no rencor.

Por eso es que cuando uno observa cómo se comporta Rigoberta Menchú, establece diferencias radicales y comprende el por qué su posición se ha tornado absolutamente cuestionable, y para muchos es carente de sustento moral e incluso vergonzosa. Se ha involucrado de lleno desde hace muchos años en una disputa ideológica a la cual ha adherido el argumento étnico como complemento, buscando revancha por errores que en nuestro país se han cometido hacia los grupos indígenas y concentrando su energía en la venganza, el linchamiento y el desasosiego. Ella ha hecho de su condición de ícono, un punto de referencia de la lucha por los derechos humanos pero desde la trinchera de la confrontación y el odio, sin dejar mucho terreno a la construcción de una sociedad incluyente y propositiva. Ha buscado el revanchismo y no la paz como vehículo de cambio.

Quizá por ello es bueno hacer el parangón entre Mandela y Menchú. Ambos pueden tener el argumento humano para reclamar y luchar, más mientras uno muy respetable optó por construir y perdonar, la otra apunta sus ojos hacia la división y el separatismo racial. Mandela propugnó una verdad a prueba de discusión en un país radicalizado como Sudáfrica, y consiguió despertar la conciencia nacional sobre un problema que entre todos los sectores se fue solucionando hasta crear un espacio de paz. La señora Menchú cuyo premio es producto de una gran estafa y una sarta de mentiras, en cambio, transita un camino distinto, mustio y relleno de mensajes confrontativos plenos de odio y primitiva ignorancia, una ruta que parecería estar bastante lejos de ser una propuesta de paz.

Queda claro que mientras uno propuso avanzar y corregir lo actuado habiéndolo logrado con excelencia, la otra reclama cobrar los errores en la peor manera posible, sin importarle si al final de su propuesta habrá paz; cada día es más claro que solo busca lucrar y causar tanto dolor y daño como le sea posible.

Mandela nos deja un legado de paz y progreso, mientras Menchú se hunde en el fango del odio y la mediocridad del cual nunca salió.

Guatemala, 10 de Abril, 2013

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