El delicado balance del poder mundial se acerca a una crisis. El exanalista y técnico informático Edward Snowden, exempleado de la CIA y excontratista de la NSA -Agencia Central de Inteligencia y Agencia Nacional de Seguridad, respectivamente- ha hecho delicadas revelaciones, acusando al gobierno norteamericano de espiar a personalidades de varios países y a millones de ciudadanos norteamericanos como parte de sus programas antiterroristas. Correos electrónicos, información variada y listados de llamadas telefónicas habrían sido blanco del espionaje norteamericano, ha dicho Snowden, quien busca ahora asilo desde la zona internacional del aeropuerto de Moscú.
Todo parece indicar que el informático falló gravemente en un cálculo clave: no ha conseguido asilo político ni en China, donde inicialmente quiso ubicarse, ni en Moscú, ni en otros 20 países, de acuerdo con lo consignado ayer martes, a primera hora, por Wikileaks.
Un empleado con alta especialización no puede traicionar a su país, violar aspectos éticos fundamentales, y quedar impune. Pésimo ejemplo resultaría para la comunidad internacional asilar sin condiciones a Snowden, pues pronto podrían registrarse casos similares, cuyo impacto para la seguridad mundial sería devastador.
Rusia tiene una visión clara de la situación. Aunque por lógica toda filtración de datos sobre la seguridad interna norteamericana pudiera ser atractiva a naciones que compiten por la supremacía mundial, el presidente Putin fue puntual en su primera advertencia a Snowden: hay asilo si se compromete a no revelar información crítica desde Rusia en aspectos de seguridad. La diplomática y éticamente blindada posición de Moscú marca en este momento el curso del caso, porque otras naciones han asimilado lo delicado de proteger a una persona como al desertor y hoy criminal.
Para efectos de contraste, vale la pena analizar respetuosamente la actitud irreflexiva de funcionarios de segunda línea en otros países, cuya ansiedad por agredir a Estados Unidos les ha hecho caer en el ridículo al confundir una condición de libertades individuales básicas de expresión con un acto de traición a la patria y evidente delito criminal. No es una opinión individual la que ha revelado el controversial analista en torno a una acción de gobierno, sino que ha liberado información crítica sobre decisiones que implican la seguridad de un país al cual él sirvió desde un cargo de alta confianza.
Más allá del morbo causado por las revelaciones, es oportuno convocar a la reflexión sobre este caso. El manejo de información sensible es una responsabilidad de proporciones difícilmente calculables. En una era en que el poder gira en torno a datos, reportes, análisis y previsiones, el pecado capital de nuestras sociedades está en el uso que se dé a esos insumos. Ese ha sido el centro de la polémica desde hace mucho tiempo.
A la hora de escribir este comentario no se sabía más. Estados Unidos ha cancelado el pasaporte al informático, con lo cual carece de un documento de viaje que legalice su situación; por tanto, es un indocumentado en cualquier parte del mundo. Países como Francia, de amplia trayectoria como santuario, han sido explícitos al decir que Estados Unidos es un aliado clave y no quieren causarle más problemas. Algo similar ocurre en el resto del globo, donde poco a poco se comprende el significado del caso. Así que el destino parece traslucir un cierre poco cómodo para el señor Snowden: o se calla y deja de ser un problema —algo improbable— o será un huésped de los aeropuertos del mundo por quién sabe cuánto tiempo.
Guatemala, 3 de Julio, 2013
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