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Juegos neuróticos

Cuando uno revisa estos ya casi 30 años de democracia en Guatemala, uno puede hacer un balance de los aspectos positivos donde hemos avanzado como sociedad y también aspectos negativos que producto de excesos o de prácticas malsanas nos han impedido construir, corregir y crecer. Un aspecto clave a evaluar es el papel desempeñado por ciertos medios y comunicadores, donde su rol ha sido llevado o se ha convertido en un juego de perseguidores y perseguidos… Esporádicamente hay agresiones desde columnas de opinión o “reportajes investigativos”, quienes amparándose en la “impunidad” que les conceden los medios de comunicación, por años se han dado a la tarea de agredir a personas, empresas e instituciones, sin importarles mucho si lo que dicen está basado en realidades o son simple y malintencionadamente especulaciones, levantadas como un juego de intereses inconfesables.

El escudo de estos medios o estas personas es la libertad de expresión, misma que resulta mancillada cuando del ejercicio libertario se pasa al abuso.

El riesgo es tremendo para la sociedad, porque confía en que los periodistas y analistas sean personas íntegras, con plena vocación profesional, con una agenda de país, y no con un oculto e inconfesable destino previsto artificiosamente para cada una de sus obras.

Estos agresores destruyen imágenes y siembran desasosiego. Persiguen a los que caen en su desgracia y asumen una posición protectora cuando así les conviene, pasando de ser un perseguidor a un salvador, algo como lo que ocurre de acuerdo con la teoría psicológica del Triángulo de Karpman, un estudio que identifica las principales facetas de las emociones en personas que padecen algún tipo de adicción.

En la práctica diaria, las víctimas de estos modernos perdonavidas, jueces de todo lo que se les antoja, condenan ante la opinión pública a quien ellos así disponen: no miden las consecuencias de sus actos y se escudan en un derecho sagrado, constitucionalmente protegido. Sin embargo, nadie les puede reclamar o increpar por sus abusos, porque entonces lloriquean y se transforman en víctimas, vociferando contra quien les pone en su lugar, como seguramente pueda ocurrirme a mí por abordar este tema.

La irresponsabilidad en el tema de la comunicación es un golpe bajo, no solo contra los agraviados, sino contra quienes tratamos de ejercer el derecho a comunicar o comentar con plena responsabilidad.

Discrepar y señalar es parte de la democracia. Es un derecho y una obligación que ejerce la prensa seria, aquella que quiere desarrollar su papel en función del interés público. Y para hacerlo, expone su nombre y admite las críticas más ásperas como parte de un oficio que precisa entereza y reclama honorabilidad. Si esas normas se resquebrajan y la prensa se usa para atacar, perseguir o victimizarse, estamos ante un caso enfermizo de libertinaje y manipulación.

Y sin ánimo de caer en el peligroso juego de los mitos, sí debo afirmar que sin una prensa independiente, libre y valiente, que ejerza su tarea con responsabilidad, la sociedad entra en una etapa de ahogamiento, desesperanza y turbulencia.

Aparentar ser prensa independiente jugando los roles de perseguidor, salvador y víctima, es una mala combinación. Trasladar la neurosis a los espacios donde se concentra la atención y la fe de los lectores, es una aberración que, si no la podemos cortar de tajo, al menos podemos castigarla denunciando y al tiempo ignorando a quienes así se desfogan de sus debilidades y apetitos inconfesables.

 

Guatemala, 13 de Marzo, 2013

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